Cuenta la leyenda que hace muchos años atrás, cuando El Bolsón era apenas un pueblito con más duendes que seres humanos, una empresa descubrió un yacimiento de oro en el cerro que partía el valle al medio. En poco tiempo decidieron explotarlo. A escondidas del pueblo se montó un operativo para dinamitar una parte y extraer el metal precioso.
Al momento de la primera prueba algo falló (los ingenieros encargados murieron de viejos sin poder darle explicación). Al primer estallido se produjeron cientos de grietas que crecieron velozmente en ancho y largo. En pocos minutos lo que era un cerro, quedó enteramente reducido a escombros. Con esa misma velocidad desaparecieron los responsables de la empresa.
Aunque era de día, el cielo se oscureció. La población, totalmente desconcertada, espontáneamente se convocó en un descampado que años después se transformaría en la plaza Pagano. Nadie entendía nada. Había un gran murmullo y muchas antorchas para iluminar. Algunos lloraban abrazados.
En ese momento se escuchó un gran estruendo, un sonido gutural brotando de las entrañas de la Mapu (madre tierra). El pueblo enmudeció. Un viejo mago que estaba entre los presentes se paró sobre una piedra y tomando la palabra se dirigió a la multitud:
– La naturaleza dio un grito. Precisa de nuestra ayuda: hay que reconstruir el cerro.
Lo enunciado causó sorpresa, todos estaban atónitos, se preguntaban cómo sería posible semejante emprendimiento. El mago siguió:
– Se precisará del aporte de todos. El nuevo cerro será construido con amor y este será el nuevo oro que él cobije. Trabajaremos incansablemente día y noche con el corazón abierto.
Una gran ola de aplausos vino de la muchedumbre, que no tardó en convertirse en tsunami. La sonrisas estaban volviendo y la energía empezando a crecer.
Pronto se organizaron los distintos grupos de trabajo: magos, hadas, duendes y seres humanos trabajaban por igual. De las comarcas vecinas prontamente llegaron miles de voluntarios que se integraron a las labores. La reconstrucción estaba en marcha.
– ¿Hasta qué altura hay que hacerlo? preguntó uno al viejo mago.
Este no lo había pensado, así que poniéndose la mano en el mentón se puso a pensar y finalmente dijo:
– Hagámoslo hasta las nubes. Vamos a colgarlo de ellas así nos ayudan a sostenerlo firme con el paso del tiempo.
Los días fueron pasando y nadie paraba de trabajar. La satisfacción y la importancia de la labor no daban lugar al cansancio.
Unos traían barro, otros piedras. Los duendes saltaban para apisonar la mezcla y un grupo de hadas distribuía prolijamente semillas de árboles. Un grupo de magos hicieron pequeños surcos en la tierra con sus bastones donde una vez terminada la construcción brotaría agua.
Un grupo de duendes se ofreció en sacrificio para ser parte del suelo vigilando y protegiendo al cerro desde adentro. Otro grupo de ellos (los más longevos) formaron un ejército de custodia que viviría en el cerro patrullándolo a diario, velando por su seguridad. Una parte de este grupo tiempo después, en sus ratos de ocio, hizo esculturas talladas en las maderas de uno de los bosques que las hadas sembraron.
La obra estaba terminada: lo que desapareció por una ambición materialista de unos pocos, resurgió por el amor de unos muchos.
El nuevo cerro fue bautizado como PILTRIQUITRÓN (en lengua mapuche significa: “colgado de las nubes”).
El día de la inauguración oficial el sol brillaba de alegría y todo el pueblo se puso a festejar. Una gran fiesta popular con bailes, música medieval, cervezas artesanales, mucha comida y muchas sonrisas se dio entre los duendes, magos y humanos. También un grupo de cóndores hizo un show coreográfico inolvidable para sumarse a los festejos y agradecer por tener de nuevo lugar donde anidar. Además hubo un pacto con las nubes para que una pequeña nevada “espolvoree” al cerro decorándolo para hacerlo más bello aún.
Este festejo se hizo ritual con el paso de los años y siempre que el sol brilla o la luna ilumina, en esta comarca mágica hay un motivo para festejar, sonreír y contemplar al Piltri.
Hoy día cumple muchas funciones. Es terapeuta: presta su oído (aunque no todos escuchen sus respuestas), la gente le cuenta sus alegrías y tristezas; es fuente de inspiración artística: le cantan, lo fotografían, lo retratan y le escriben; es cuna de muchos romances y colchón de miles de sueños.
Quien piense en recorrerlo no debe tener miedo si escucha o ve cosas extrañas: no deben olvidarse que es un lugar mágico y que además un grupo de duendes está custodiándolo. Los que están bajo tierra cierran los ojos cuando alguien pasa (sus párpados se confunden con el suelo) y los abren cuando pasan. Los que lo patrullan se mimetizan con las rocas y se escabullen velozmente. Es muy común escuchar su ruido o ver como se mueven los pastos cuando pasan.
Como fue reconstruido con amor puro, este cerro posee una energía especial. Quien lo conoce y conecta con él, no podrá olvidarlo jamás. Sentirlo, abrazarlo, ver sus colores y percibir sus olores, es como sentir el abrazo de amor de todos quienes lo reconstruyeron.
Fuente: Andando y Soñando
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